LIBERTAD DIGITAL
BONO, “EL CABESTRO”
Hay tres tipos de
políticos que despiertan de forma inmediata la expectación de la prensa. Esos
a los que llamamos "primeros espadas". Están los escapistas a
lo Houdini, como Rajoy y Rubalcaba. Cuando la noticia y las cámaras les
persiguen, ellos siempre corren más, hacen zas y desaparecen de tu lado.
Suelen utilizar una de esas puertas traseras del Congreso que les permiten
esquivar el desfile por el pasillo de sus señorías y el tercer grado de la
prensa. Entonces siempre hay quien exclama: "¡Se nos ha vuelto a
escapar!".
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Luego están los que sí desfilan pero no contestan o lo
hacen con monosílabos, como Zapatero. Semana tras semana, durante los últimos
cuatro años, fue el blanco de los periodistas parlamentarios en el pasillo
contiguo al hemiciclo. Cuando se levantaba la sesión, allá corríamos todos,
micrófono en mano, para interpelar al entonces presidente. Solíamos formar una
barrera, casi infranqueable, semejante al campo de batalla de la película Braveheart.
Alguna vez bromeábamos evocando ese film: "¡Ahora!", decíamos, y nos
lanzábamos todos a una. A veces nos poníamos de acuerdo; otras no, y cada uno
formulaba su propia pregunta. Al final, cuando Zapatero había conseguido
abrirse paso entre la nube mediática, con empujones del personal de seguridad,
varios pisotones y alguna grabadora en el suelo, nadie sabía si el "sí",
"no", "ya veremos" o el "¡por favor!" respondían
a si íbamos a ser rescatados, si habría adelanto electoral, si subirían los
impuestos o si Bono sería el sucesor. No pocas discusiones periodísticas sigue
despertando este caos mediático.
Y, hablando del rey de Roma, está el tercer grupo.
Aquellos que, más que desfilar, procesionan, se contonean, huelen las
cámaras y las noticias, paladean las preguntas y saborean sus respuestas. Un
grupo reducido cuyo máximo exponente es el inigualable José Bono, sin duda, el
personaje parlamentario más destacable de la IX Legislatura. Fue el primer
presidente de las Cortes elegido en segunda vuelta, lo que ya auguraba que la
suya no sería una presidencia al uso. También fue el más polémico de cuantos
han ostentado el puesto, el tercero en la línea institucional del Estado. Y
demostró que la presidencia del Parlamento puede tener múltiples usos, más allá
de ejercer de árbitro entre gobierno y oposición: robarle el balón a los
delanteros parlamentarios e, incluso, meter gol; generar debates fútiles sobre
el atuendo de sus señorías –y del resto–, mandar al calabozo con sobreactuada
indignación a algún irreductible y hasta, en ocasiones, transformar sin recato
la sede de la soberanía nacional en improvisado cuartel general del PSOE. Bono
sigue siendo el "sabueso mediático" del que hablaba Wikileaks,
"el muerto en el entierro, el niño en el bautizo y la novia en la
boda", como le definen muchos, aunque yo le conocí como aquel capaz de
transformar la Cámara Baja en un teatro donde interpretar a sus anchas el papel
principal, el de mayor pompa y circunstancia, de la opereta parlamentaria. Bono
fue la prima Bonna del Congreso de los Diputados.
Bono, el "cabestro"
"A los animales mansos se les puede dejar pastar
con libertad, pero los cabestros, o están bien acotados y cerrados en su redil
o pueden hacer mucho daño, sobre todo a su dueño".
José Luis Rodríguez Zapatero pasó la prueba del 9 de
marzo: sería de nuevo presidente del gobierno, aunque la sesión constitutiva de
las Cortes y la sesión solemne de apertura de la IX Legislatura no se
celebrarían hasta el mes siguiente. Así que la primera sesión del Congreso no
tendría lugar hasta cuatro meses después de las elecciones generales. Fue una
de las primeras cosas que sorprendieron a esta joven cronista parlamentaria:
que el Parlamento no pudiera ejercer hasta entonces sus funciones
constitucionales y controlar a aquel gobierno recién salido de las urnas.
Cierto es que quedaba por delante el engorroso procedimiento de la
configuración de los grupos parlamentarios, la elección de portavoces, el
nombramiento de las presidencias y portavoces de comisión y, last but not
least, las primeras negociaciones con las fuerzas políticas para la
designación de José Bono como presidente de las Cortes y la investidura como
presidente del gobierno de Zapatero, que, por otra parte, tenía que configurar
a su nuevo ejecutivo. Era un gobierno con mayoría simple, por lo que cada
votación era sinónimo de problema, negociación y cesiones. No había rodillo,
así que los encajes de bolillos para el complicado sudoku nos ocuparían en los
meses venideros.
El nuevo cargo de Bono, en el
que sucedería a Manuel Marín, era una promesa que le había hecho Zapatero el 27
de noviembre de 2007, cuando, tras un parón de aquél en su vida política
"por motivos familiares", decidió retomar su actividad en el PSOE.
Así lo anunció el propio Bono, en compañía de Blanco, en una multitudinaria
rueda de prensa en Ferraz tras reunirse con ZP. Nunca le faltó poder de
convocatoria al de Salobre.
El eterno presidente
castellano manchego prometió entonces hacer del Parlamento "la casa del
respeto y no de los gritos". Pero la posterior campaña electoral debió de
sacar a relucir su faceta más visceral. Un día antes de esa reunión de la ejecutiva,
en la que Zapatero pedía a los suyos el "mayor consenso posible",
Bono asistió a la presentación de la novela histórica La escalera del agua, de
José Manuel García, y allí decidió empezar con buen pie plasmando su bonomía con los
nacionalistas: "Yo atizaría con la guía de teléfonos a quienes buscan
privilegios presentándose como diferentes".
Las palabras del "hombre
del respeto" no pasaron inadvertidas al blanco de sus ataques, los
nacionalistas, que, como mandan los cánones democráticos, tenían la llave de los
pactos en la legislatura entrante, y con quienes ese mismo día se reunía José
Blanco para pedirles su apoyo en la elección de Bono.
Desde el mismo inicio de esas
negociaciones, comencé a percatarme del sobredimensionado poder que los
nacionalistas ostentan en esta democracia. Desde hace más de treinta años, hay
una tradición no escrita en el Parlamento que consiste en que los dos grandes
partidos ceden algunos de sus puestos en el órgano rector de la Cámara, la
Mesa, a esos partidos minoritarios, a quienes, por número de votos, no les
corresponden. La tradición se justifica en hacerles partícipes en la toma de
decisiones de la organización del trabajo parlamentario, aunque en realidad se
trata del primer gesto que ha de hacer el ejecutivo entrante en aras de
contentar a esas formaciones de las que dependerán para aprobar sus proyectos
legislativos. Algo así como un "yo te doy y tu me das" que no sólo
ocurre con los gobiernos en minoría, sino que forma parte de esa sobredimensión
representativa de la que les hablaba.
Sin embargo, estas primeras
cesiones de buena voluntad del PSOE no suavizaron las posturas de CiU y PNV
hacia el político manchego. Finalizada la primera ronda de contactos, los
portavoces parlamentarios desfilaban en rueda de prensa anunciando luz roja:
voto negativo. "CIU muestra, por razones conocidas, sus reservas",
medía sus palabras Duran i Lleida, según el cual "el señor Bono a veces da
razones para que se muestre ese rechazo a su candidatura". Especialmente
elocuente estuvo el peneuvista Josu Erkoreka, quien, con buenas dosis de sorna
y elegancia, tildaba de animal a su señoría: "Es bueno que los cabestros
estén bien acotados. A los animales mansos se les puede dejar pastar con
libertad, pero los cabestros, o están bien acotados y cerrados en su redil o
pueden hacer mucho daño, sobre todo a su dueño".
El "cabestro" se
había convertido en el más buscado de la cuadra parlamentaria y cuando, al día
siguiente, los periodistas lo encontraron en el patio, le endiñaron el
micrófono como quien sella la res: "Bueno, me ha llamado cabestro... Yo no
sé si soy bravo o si soy manso, pero le digo una cosa: no voy a decir ni
mu".
Una semana más tarde, don
José Bono fue elegido presidente del Congreso de los Diputados en segunda
vuelta, con 170 votos, únicamente de su partido y uno de Gaspar Llamazares, de
IU. Tras abrazar a su vicepresidenta, María Teresa Cunillera, pidió clemencia:
"Les pido, y lo hago sinceramente, indulgencia con mis errores y ayuda, al
menos en mis primeros tiempos". Un murmullo creciente recorrió los bancos
del centro del arco parlamentario, un "ohhhhh" proveniente de las
bancadas nacionalistas, que retenían en la memoria la imagen de Bono
atizándoles con la guía telefónica.
El "cabestro" había
aprendido la primera lección del Congreso: con los nacionalistas no se juega. O
dicho en Román Paladino: no muerdas la mano de quien te da de comer.
"¡Muera
el Borbón!"
Algunos recordarían estos
episodios iniciales de Bono meses más tarde, cuando el visceral diputado de
ERC, Joan Tardà, participó en un mitin con las Juventudes de Esquerra
Republicana de Catalunya, que concluyó de forma flagrantemente antimonárquica.
Sucedió el día 6 de
diciembre, en el treinta aniversario de la Constitución española. Con motivo de
esa conmemoración, Su Majestad el rey don Juan Carlos presidió los actos en el
Congreso, poniendo en valor la Carta Magna, la unidad de los demócratas y los
instrumentos del Estado de Derecho. Los republicanos de ERC fueron el único
grupo que no quiso estar presente en los actos de la Cámara Baja, dejando bien
claro que lo del rey no iba con ellos y la Constitución, tampoco.
Los medidores de polémicas
encendieron sus luces rojas cuando se conoció lo ocurrido en el acto paralelo
de Esquerra en Cataluña. Ya apuntaba maneras al anunciarlo días antes en los
periódicos locales con una esquela constitucional. Y así fue la mortaja: las
juventudes independentistas portaron un ataúd con el nombre de la Constitución
para simular su entierro y, posteriormente, quemaron el féretro. La
interpretación de Els
Segadors y las peticiones de independencia de Cataluña formaban
parte del rito, pero la guinda llegó con las proclamas políticas. El invitado
estrella, el diputado nacional Joan Tardà, subió al escenario, no dudó en
llamar "corrupto" al Tribunal Constitucional y cerró su discurso con
un: "¡Viva la República! ¡Muera el Borbón!".
El episodio superaba con
creces los agravios a la Corona vividos años antes con la quema de fotos del
rey. La indignación creció entre algunos por la excesiva permisividad que recibían
los radicales por parte de las fuerzas del orden: mientras el PP catalán tuvo
que solicitar permiso para repartir en la calle ejemplares de la Carta Magna,
los republicanos celebraron su entierro constitucional sin el más mínimo
obstáculo. Desde el PP se lanzaron a solicitar la intervención de la Fiscalía
General del Estado y la retirada fulminante del acta de diputado a Tardà.
"Si en España los políticos estuviésemos sometidos, como el conjunto de
los conductores, a un carné por puntos, tanto Castro como Tardà habrían perdido
de golpe todos los puntos y deberían dejar su acta, uno la de diputado y el
otro la de alcalde y presidente de la FEMP", se refería el secretario
general del PP en el Congreso, José Luis Ayllón, también a Pedro Castro, que
por esas fechas había tachado a los votantes del PP de "tontos de los
cojones".
Apenas dos días después del
maremoto, el propio Tardà se justificó en una entrevista radiofónica diciendo
que se trataba "de un grito recurrente en la historia del catalanismo
catalán" y que era "absolutamente metafórico". El representante
en la sede de la soberanía nacional no sólo no se arrepintió, sino que se
reafirmó en lo dicho. "Repito, ¡viva la República, muera el Borbón!".
Haciendo gala del cansino victimismo independentista, dijo ser el damnificado
de una campaña orquestada contra él y su grupo. "Se haga lo que se haga,
siempre seremos objetivo de esta gente interesada que hoy nos quiere hacer
daño", dijo quien deseaba la muerte del rey.
Pero ¿quién fue el único
político nacional que salió entonces en su defensa? Bono, el
"cabestro".
El presidente del Congreso de
los Diputados aprovechó las jornadas de puertas abiertas de la Cámara para
minimizar un "exabrupto" que, a su juicio, no reflejaba que Tardà
"sienta, piense o desee la muerte de don Juan Carlos". Justificó sus
amenazas en que "es una persona muy emotiva, muy primaria", por lo
que, interpretaba él, "no lo diría de manera reflexiva". Hombre, ya
suponíamos que Tardà no se disponía a asesinar a Su Majestad. Lo relevante era
que alguien que vive de la política y que gracias a ella representaba a la
ciudadanía en el templo de la palabra que es el Parlamento tuviera plena
inmunidad para proferir soflamas que podían suponer un hecho delictivo. Pero
Bono pidió "no tomar en cuenta lo que puede ser una descalificación de
carácter personal; además Tardà, en lo que a mí se refiere, está
disculpado".
Tres años después, en una de
esas fiestas navideñas de la Asociación de Periodistas Parlamentarios en las
que Bono disfrutaba del calor de los focos con el discurso de cierre, y que
retransmite en directo TVE, el capítulo volvió a resurgir, pero en una versión
distinta a la que conocíamos. El presidente hizo gala de su particular espíritu
navideño aireando la conversación que, sobre el particular, tuvo con el
monarca. Aquí va la transcripción íntegra de sus palabras:
Os voy a contar que cuando me
hice cargo de la presidencia, alguien me dijo: "Ten cuidado, sobre todo
con Tardà". Yo no le conocía, pero cuando me lo señalaron en la foto, convine:
"Hay que tener cuidado". [Risas]. Pues vino el día de la Constitución
y en los momentos previos estaba yo preparando el discurso; de pronto me
dijeron: "Te llama el rey". Me pongo: "Oye, ¿has oído lo que han
dicho?". "¿Qué han dicho, señor?". "Ha dicho Tardà: 'Mori el Borbó'". Y
yo contesté: "Mire, no se preocupe porque yo creo que lo ha querido decir
con buena intención...". [Carcajada]. "¡¿Con qué intención puede
decirlo?!". Llamé entonces a Tardà: "Oye, Joan -yo ya le dije Joan
por si acaso, ¿no?-, ¿tú qué has querido decir? ¿Verdad que has querido decir
algo así como 'Viva la República', pero que no se muera don Juan Carlos?".
"Yo, que no se muera nadie", respondió Tardà. Entonces llamé al rey y
le dije: "Mire, señor, me acaba de decir que le desea larga vida".
[La sala estaba muerta de la risa]. "Bueno, menos mal". Y yo ya
empecé a verle el lado amistoso a Joan Tardà. Debo decir que, aunque de entrada
yo le veía como la OTAN: no, al final... ¡es que sí! Y nos llevamos muy bien,
nos llevamos muy bien.
En otra ocasión, dos años más
tarde, el 2 diciembre de 2010, tuvo lugar en el Pleno la presentación anual de
las memorias del Consejo General del Poder Judicial. Los grupos parlamentarios
desfilaban por la tribuna de oradores para defender sus propuestas de
resolución. El día anterior, el Senado había elegido a los cuatro nuevos
miembros pendientes de renovación, entre ellos el ex presidente del Tribunal
Supremo, Francisco José Hernando. Le tocó el turno a ERC y el diputado Joan
Tardà subió al púlpito parlamentario con el ánimo más constructivo. Tras
calificar a Hernando de "nefasto" y "fomentador de la
catalanofobia" por haber dicho en su día que "hacer a los jueces
aprender catalán en Cataluña carecía de sentido, porque es lo mismo que
aprender a bailar sevillanas", culminó con una sutileza que volvió a
encender la mecha: "Y ahora este hombre es miembro del Tribunal
Constitucional. Un Tribunal Constitucional que, siempre lo hemos dicho, es
corrupto en sus funciones, corrupto en sus funciones".
Las taquígrafas subían la
velocidad de su trascripción mientras el incendiario orador se echaba sobre la
tribuna levantado un dedo fiscalizador. Sin interrupción alguna, y sólo cuando
Tardà bajaba de la tribuna de oradores tras haber finalizado su discurso,
intervino la presidencia, con la máxima candidez posible. "Un momento,
señor Tardà. –Éste se detuvo, a medio camino de las escaleras que bajan de la
tribuna–. Quisiera rogarle que una expresión que su señoría ha dicho, a ver de
qué modo puede dulcificarse... 'Un Tribunal Constitucional', ha dicho su
señoría, 'corrupto en sus funciones'". "Sí, sí, corrompido en sus
funciones", contestaba chulesco su señoría encogiéndose de hombros con
expresión de "¿Pasa algo?". Bono siguió: "Le ruego si tiene la
bondad, y como otras veces ha sido sensible a lo que le he dicho, que piense
durante unos minutos y se dirija luego a la presidencia para ver de qué manera
ordeno a los taquígrafos que se transcriba la literalidad de su deseo y de su
intención que, intuyo, no es ofensiva". Tardà se encogía de hombros
reiteradamente, como si pensara: "¿Podré decir yo lo que quiera?".
"Muchas gracias", concluyó Bono mientras el republicano se marchaba
con estupor e indignación.
Al día siguiente, el 3 de
diciembre, se publicó el alternativo Diario de Sesiones. Las taquígrafas habían
recibido orden de suprimir el ruego de Bono a Tardà. En su lugar, y según la
transcripción de las actas, lo que ocurrió fue que Tardà finalizó su discurso,
Bono le dio las gracias y concedió la palabra al siguiente portavoz. Acto
seguido se dirigió al escaño del independentista, con quien conversó durante
unos minutos mientras le relevaba en la presidencia la vicepresidenta primera,
Teresa Cunillera.
Fue en esa conversación en la
que Tardà admitió modificar también los términos referidos a sus críticas sobre
el Tribunal Constitucional, al que, según el Diario de Sesiones, Tardà no llamó
"corrupto" sino "impropio". Pero no fue el único cambio.
Así quedó recogido el
incidente en el acta de la sesión:
Sin embargo, no me sorprende.
No puedo resistirme, hoy que leo en los periódicos cómo la democracia española
lo que hace es premiar al señor Hernando. La democracia española lo premia,
otorgándole el honor de ser miembro del Tribunal Constitucional, a una persona
que utilizó el Consejo General del Poder Judicial para fomentar la
catalanofobia, utilizando el aparato para ir contra el Estatuto de Autonomía de
Catalunya. (...) Fue el señor Hernando quien dijo que hacer aprender el catalán
a los jueces no tenía ningún sentido porque era lo mismo aprender catalán que
aprender a bailar sevillanas. Esto lo dijo un personaje tan nefasto como el
señor Hernando; políticamente nefasto, fomentador de la catalanofobia.
(Rumores). En cambio, fíjense, durante los años 2001, 2002, 2003, 2004, 2005,
2006, 2007 y 2008 ocupó la presidencia del Consejo General del Poder Judicial y
ahora es nombrado miembro del Tribunal Constitucional; un Tribunal
Constitucional que, siempre hemos dicho, ejerce de manera impropia sus
funciones.
Pues bien, ustedes podían
haber aminorado un tanto esta tendencia y ustedes hubieran como mínimo
transaccionado, ponderado, también nuestra iniciativa, nuestra resolución que
solamente pretendía instar desde aquí al Consejo General del Poder Judicial a
ponerse en su labor de fomentar el uso de las lenguas vasca, gallega y
catalana, a fin y efecto de que los ciudadanos del Estado español puedan
dirigirse a la Administración de Justicia española sin ver vulnerados sus
derechos como ciudadanos. ¡Y maldita casualidad! La única resolución que no ha
merecido transaccional ha sido la que afecta a los derechos de huelga y a la
lengua.
Muchas gracias.
El señor Presidente: Muchas
gracias.
Por si las dudas: el último
párrafo del Diario de Sesiones sencillamente nunca ocurrió. Bono no sólo se
inventó la intervención de Tardà, sino que supo incluso mimetizarse con su
peculiar carácter republicano. Fíjense en la parte final: "¡Y maldita
casualidad!". Sólo le faltó poner de su puño y letra que el Tribunal
Constitucional era además alto, guapo y delgado. Vamos, que el TC era... ¡un
partidazo!
Así fue cómo, con su innata
habilidad, el salvaje cabestro se olvidó de su guía telefónica para convertirse
en un dócil corderito.
NOTA:
Este texto forma parte de BAJO
LAS ALFOMBRAS DEL CONGRESO, el primer libro de
KETTY GARAT, que acaba de publicar la editorial Planeta.
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